CAPÍTULO 1
Era una noche tranquila en las afueras de Pridelands, en la frontera de un reino desconocido entre el desierto seco y Pridelands. La luna llena y las estrellas alumbraban el sendero y redibujaban la silueta de las nuevas briznas de hierba y la Bianca, una leona blanca como la nieve que yacía entre los matorrales deshidratados y la fina arena mezclada con el árido suelo. Esperaba dar a luz... Nunca mejor dicho. Observando las estrellas, un halo de luz de estrellas hizo aparecer a su primera hija entre sus patas, con un pelaje blanco impecable, manchado de gris oscuro en las orejas y salpicado de manchas grises irregulares distribuidas por todo su cuerpo. Le lamió con cuidado la cara, las patas y el vientre.
-Nyota...- suspiró.
Sin casi darse cuenta, Bianca vio a otra bola de pelo entre sus patas, envuelta en luz lunar. Esta tenía un aspecto más salvaje que Nyota.
-Maan... -suspiró.
Las dos cachorritas abrieron los ojos enseguida, nada más nacer, para ver una sombra negra, a la que no alcanzaba la luz nocturna, pero de la que destacaban dos óvalos rojizos, que brillaban con furia e ira...
Bianca tampoco conseguía ver quién era la sombra que se acercaba. A concienciencia, la sombra se colocó en un claro de luz de luna, dejando a la vista a una leona adulta, de color tostado claro, con una raya oscura que corría por su esalda hasta desaparecer.
-Bien, hermanita, ha llegado el momento - dijo maliciosa le leona sombría - siempre has sido la buena, la preferida por todos. Nunca más volverá a pasar... -rió malévolamente ella.
-No, Zira... Tú no eres capaz de... - sin haber terminado la frase, Zira le asestó un zarpazo mortal a su hermana Bianca en el cuello.
-¿De qué, hermana? ¿Ahora quién ríe ahora, eh?
Después de haber matado a su hermana, se fué a paso tranquilo, sin preocupariones, con una pata llena de sangre y una leve sonrisa dibujada en su sombrío rostro, yéndose por donde había venido.
Maan y Nyota se retorcían en el suelo, esperando el calor de su madre, desplazada unos metros más lejos. Nyota miró a Maan, su hermana menor, llorando abrazada a ella.
La noche inundaba todo; las estrellas habían desaparecido, y la la luna dejaba de brillar lentamente. Los ojos azules cielo que antes brillaban con viveza de Nyota se iban apagando, y los ojos azul oscuros de Maan, que antes gozaban de júbilo y alegría, ahora lloraban desconsoladamente, buscando el apoyo que necesitaba en su hermana. El antes cálido cuerpo de Bianca se congelaba por momentos, con el frío caminar de su espíritu, abrazando a sus pequeñas, sin que ellas lo notaran.